Melancolía en el MUNAL

Leonora Carrington, Rufino Tamayo, Cordelia Ureta, Diego Rivera y Julio Galán, son algunos de los nombres que componen Melancolía, una exposición organizada por el Museo Nacional de Arte (MUNAL), en la que se explora cómo la melancolía ha sido representada en el arte del siglo XVII hasta principios del XX. 

Bajo un concepto de alta dosis literaria y filosófica han sido dispuestas más de ciento treinta obras de ochenta artistas mexicanos, pertenecientes al Patrimonio Nacional de México. La exhibición busca “exaltar las cargas afectivas evocadas en obras de importantes artistas novohispanos, modernos y contemporáneos, a través de temas como el pecado, la culpa, el duelo, el desamor, la muerte, la espiritualidad, la creación y la magia”, según escribió el curador de la muestra, Abraham Villavicencio García. Temas nada nuevos, pero no por ello menos interesantes. Sin duda, la melancolía encierra un misterio tan indescifrable como la creación de la humanidad. 

“Melancolía pone de manifiesto que, además de pesadumbre, locura y miedo, este sentimiento es capaz de producir creatividad, heroísmo, intelectualidad y la búsqueda en lo profundo del ser humano”, comentó Sara Baz Sánchez, directora del MUNAL. 

 La pérdida del paraíso, la noche del alma, la sombra de la muerte y los hijos de Saturno, son los cuatro núcleos temáticos en que se dividieron las obras mexicanas.  

La pérdida del paraíso  plantea una reflexión sobre la vida pasada y su idealización, haciendo del presente un lugar gris. El cristianismo representó el primer síntoma de la melancolía tras incitar a la amargura y la desesperanza con la caída de Adán y Eva, creyendo en un pecado original y en la contemplación divina. 

La mayoría de las piezas que componen este núcleo, (y algunos otros también) son novohispanas, su temática principal es la Biblia, la palabra religiosa. Encontramos obras como Rey de burlas (Siglos XVII- XVIII), de Cristóbal de Villalpando, que como otras obras de esta época se caracterizan, en el tratamiento, por la ausencia del pintor, es decir, la pincelada nula y difuminada, con la atención puesta en el mito, la narración. 

Una de las obras modernas que conforma este sector es Después de la tormenta (1910), de Diego Rivera. La obra es un paisaje con una fuerte carga simbólica, donde se expresa el misterio y fuerza de la naturaleza y su relación con el hombre y su mundo interior. Es un Rivera que aún no se alejaba de la pintura tradicional, como explicó la ilustradora y profesora de ESCENA - Escuela de Animación y Arte Digital, Patricia Santiago: “en París (Rivera) pierde el referente de la naturaleza y se aleja de la Academia. Esto hace la gran diferencia de la pintura del siglo XX, se pierde el referente, la sustancia de la pintura novohispana”. 

La noche del alma aborda temas centrados en el dolor humano, la muerte de seres queridos, la desesperanza, la pérdida de la cordura. La melancolía es un estado que desencadena los más profundos pensamientos de desolación y las consecuencias más desdichadas tras la decepción, angustia, y la búsqueda de una pronta salida. Obras como La cuna vacía (1871), de Manuel Ocaranza, Retrato de Sofía (1991), de Julio Galán, y Bodas del cielo y el infierno (1996), de Arturo Rivera, entre otras, ilustran este núcleo.

La sombra de la muerte está representada en pinturas como Este es el espejo que no te engaña (1856), de Tomás Mondragón, también conocida como Alegoría de la muerte. En esta parte de la muestra se trata de entender cómo la melancolía acentúa la preocupación y la tristeza por la muerte, debido al triunfo del tiempo. Quién no ha caído en las garras del vacío, del tiempo efímero, y la espiral sin salida del misterio más profundo: la muerte. 

Por último, y como un pequeño rayo de luz en la oscuridad, la exposición finaliza con Los hijos de Saturno: “Las figuras de Saturno en sus dos vertientes, como deidad y como astro, han sido asociadas a la melancolía, un estado emocional que puede conducir hacia la tristeza así como también es fuente de creatividad e ingenio. Según Aristóteles todas las  personas sobresalientes habían sido melancólicas, durante su época se asociaban los estados melancólicos con las posesiones, los dioses iluminaban a los hombres y les otorgaba grandeza, pero también locura”, expresa el texto de la muestra. 

En esta etapa, quizá lo más sobresaliente sea la obra de Rufino Tamayo, El iluminado (1982). “En Xochimilco existe la figura del granicero, personas a las que les cae un rayo y quedan lisiados, pero reciben un don: el don de la predicción de la tormenta. Todavía existe esta figura en Xochimilco, son las personas más respetadas, anticipan la tormenta. Esta pintura me remite a eso. Los iluminados tienen estas características y son vitales”, comenta Patricia Santiago. 

La melancolía es un tema muy presente, no sólo en la plástica, sino en todas las artes. En este sentido, el MUNAL organizó toda una serie de actividades alrededor de la muestra, tales como ciclos de cine, conferencias con especialistas y encuentros del baile… porque como es sabido, “las penas se van bailando”. 

En el ciclo de cine no podía faltar la película Melancolía, del director danés Lars von Trier, con dos actrices inigualables como son Kirsten Dunst y la francesa Charlotte Gainsbourg. 

Hace tiempo, leí un libro sobre la biografía de Vincent Van Gogh escrito por un autor francés que me sumergió en este sentimiento, y nada más melancólico y sombrío que la vida de este pintor, asfixiado por los pensamientos y su situación, pero de un arte iluminado. Como plantea el concepto de la exposición, hay algo de interesante en la melancolía y es esa búsqueda por un sentido profundo de la vida. Eso sí: los ojos bien abiertos cuando la oscuridad aceche y la sed verdadera llame… mejor la alegría y el misterio de la vereda del sol. 

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Por Ro Tierno